Juan
Manuel de Rosas fue un personaje
controversial en la historia argentina, con una huella de odio que puede
seguirse hasta nuestros días, gracias al triunfo de los unitarios después de su
exilio. Un prócer adquirido recientemente, cuando la historia mitrista dejó de
ser hegemónica y se revisaron sus actos. Una marca profunda es la continuada
enseñanza de la historia desde la concepción de los escritores liberales, que
se han empeñado en negar parte de los acontecimientos, han enterrado actores
importantes o los han sobredimensionado como malvados. Rosas es el maldito de
la historia oficial. Es esa la cicatriz de su memoria.
Este
hombre vivió de cerca las revoluciones y las guerras, más aún la última, la
cual intentó por todos los medios apaciguar. Un amante del orden que creyó ver
en la mano dura la salida hacia la paz, irónicamente. Se sirvió de la fuerza
para reprimir y avasallar a sus contrincantes políticos y económicos, lo cual
les sirvió de excusa a sus enemigos para demonizarlo (quienes también
utilizaron sus métodos cuando les fue posible).
Vemos
en él, las primeras expresiones del populismo, que para bien o para mal,
sentaron precedentes para experiencias futuras.
Fue
un estratega de primer orden, que supo ganarse el apoyo de las clases
subalternas, cuando nadie intentaba aún hacerlo, sabiendo que en ella se
encontraba un recurso más que importante para poder mantenerse al poder y así,
cumplir sus objetivos. Primó en él el deseo de mantener un país unido, ante las
fuerzas externas que intentaban apropiarse de nuestra soberanía.
Cintia Pereyra y
Antonella Carranza
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